2. B I B L I A
Y F A M I L I A, Xabier
Pikaza I.
Para conocer
(y superar) unas
leyes patriarcales
CONENIDO
Introducción
1.
En el
principio era el patriarcado
2.
Monogamia
y poligamia
3.
En
los límites del matrimonio: el divorcio
4.
Adulterio,
algunos casos
5.
Una
realidad compleja: la homosexualidad
6.
Prostitución
7.
Mujeres
para ser raptadas.
Presenté ayer una postal sobre la Familia en la
Biblia, situándome al comienzo del Sínodo que el Papa Francisco está queriendo
encauzar con valentía.
Muchos problemas que plantea el Sínodo son nuevos
(eucaristía para divorciados, la indisolubilidad personal, parejas de hecho,
matrimonios homosexuales, niños monoparentales...), pero el trasfondo de esos y
otros temas es antiguo, como lo muestra el estudio concreto de la Biblia.
Así lo ha querido indicar la portada del libro, escogida en parte por lectores del blog
y de mi facebook. No eligieron un feliz idilio de pareja (con Sara y Tobías
radiantes ante el ángel), sino un patriarca-con varias mujeres, con niños,
camellos y criados, caminando hacia un futuro de fe.
Esa es una imagen "tradicional" de
Abrahán, punto de
referencia de las familias de la tradición monoteísta, indicando que al principio de la historia
bíblica (dejemos a un lado otras historias posibles) no hubo matrimonio en el
sentido moderno (un hombre, una mujer en situación de igualdad), sino un fuerte
patriarcado: Un hombre con varias mujeres y niños (criados, criadas, animales).
De esa "fuente" venimos según la
historia de la Biblia (a
pesar del hermoso arreglo de Gen 2, con Adán y Eva, desnudos y cantando de amor
uno ante el otro)... Venimos, según la
Biblia, de unos hombres que han vivido dominando y "protegiendo" (?)
a sus mujeres e hijos. Así debemos saberlo, para retomar bien el rumbo del
camino, superando un tipo de matrimonio patriarcal y el mismo patriarcado, como
seguiré mostrando en los próximos días.
Rehago, pues, el
camino de la Biblia (que empieza en Abrahán, pero culmina en las bodas del
Cordero), y pienso hacerlo en la línea que está impulsando el Papa Francisco, a
quien deseo mucha luz y mucho ánimo para estos del Sínodo, pues tiene
"enemigos" fuertes empezando por algunos grandes "Padres
Cardenales" (que siguen añorando un patriarcado de Ley). Las
reflexiones que siguen están condensadas del cap. 4 del libro. Con un saludo a
todos.
1. EN EL
PRINCIPIO ERA EL PATRIARCADO
Conforme a la visión de Gen 1-2 (cf. cap. 1), en
el principio estuvo el matrimonio de un hombre y una mujer, que forman pareja
(una carne) porque se atraen y se comunican uno al otro (cf. Gen 2, 23),
transmitiendo así la vida. Pero en la historia concreta de Israel, esa unión
se inscribe normalmente en el contexto de una familia (o casa) más extensa, que
va unida con otras familias, formando así los clanes y tribus. En ese
contexto, la pequeña familia unicelular de unos padres con unos pocos hijos
aparece como una institución derivada. Para ser viable como unidad de trabajo y
pervivencia la familia se entiende como una realidad más extensa.
El matrimonio forma parte por un grupo mayor de
intereses sociales y de parientes concretos, con clanes y grupos (en los que se incluyen los criados), que
se establecen en una tierra de labranza y/o pastoreo, formando una casa o
familia que tiende a ser autosuficiente, como unidad de posesión y trabajo, de
generación y subsistencia, presidida por un padre de familia, que mantiene la
autoridad básica sobre todos. Los individuos pasan, la casa permanece.
Normalmente, cada familia o casa paterna (bayith, bet’ab) viene a integrarse
con otras familias, formando un clan (mishpaha), que se une a otros clanes
formando una tribu (shebet, matteh), que a su vez se vincula con otras,
constituyendo el pueblo de Israel, que se transmite por generación, de padres a
hijos. Lógicamente, más que el matrimonio en sí (relación horizontal
varón-mujer) importa la unidad de descendencia, formada por casas paternas (de
forma que el nombre y la vida pasa de padres a hijos).
El matrimonio puede acabar siendo, según eso, un
organismo derivado, al servicio de la familia más extensa, dentro del conjunto de los clanes, en
línea de generación. De un modo normal, los padres de familia (y los jefes de
clanes más extensos) serán por tanto la primera autoridad, representantes del
Padre-Dios celeste, de manera que sus
mujeres (una o varias) están subordinadas. En sentido estricto, la mujer o
mujeres, una o varias (con siervos y bueyes), son propiedad del padre de
familia, como marca la ley más solemne del Decálogo (cf. Ex 20, 17; Dt 5, 21).
El patriarcado domina así sobre el matrimonio. En ese plano, la mujer es
“derivada”, y sólo se vuelve importante como madre.
2.
MONOGAMIA Y POLIGAMIA.
Ciertamente, la Biblia mantiene siempre el ideal del monogámico (¡un hombre,
una mujer!), pero no hay ninguna ley que lo exija y que defina de modo tajante
el matrimonio como unión definitiva (exclusiva) de un hombre con una mujer… De
un modo consecuente, ella tampoco contiene ninguna ley específica sobre la
poligamia, sino que la toma de hecho como un estado posible (e incluso) normal
para varones ricos, que pueden mantener y defender a varias mujeres, obteniendo
de esa forma un prestigio que con una sola no tendrían.
El matrimonio bíblico fue básicamente monogámico,
pero estaba al servicio de una realidad más extensa (casa-familia, economía
rural) y de unos hijos, de manera que el marido y la mujer no se tomaban como
iguales, en relación recíproca de fidelidad exclusiva, sino que el marido
aparecía como “señor y protector” de su mujer (o de sus mujeres). Por eso, el Antiguo Testamento aceptó la poligamia,
considerándola como un estado de vida normal, dentro de unas determinadas circunstancias
económicas y sociales. De esa manera, los judíos han presentado como polígamos
a muchos de sus patriarcas y fundadores (Abrahán, Jacob, Elcana, David,
Salomón…).
-
Un
supuesto, no una ley. El
Pentateuco no ofrece una legislación directa sobre la poligamia, sino sólo indicaciones
marginales, que regulan su uso (que se da como supuesto), para
favorecer a la parte más débil o amenazada. Así se dice: «Si un hombre toma
para sí otra mujer, a la primera no le disminuirá su alimento, ni su vestido,
ni su derecho conyugal» (Ex 21, 19). Por eso, «si un hombre tiene dos mujeres
(la una amada y la otra aborrecida)… y si el hijo primogénito es de la mujer
aborrecida… no podrá tratar como a primogénito al hijo de la mujer amada…
Reconocerá al hijo de la mujer aborrecida como primogénito para darle una doble
porción de todo lo que tiene» (Dt 21, 15-17). La misma norma del Deuteronomio
añade «que el rey no tendrá muchas mujeres... Tampoco acumulará para sí mucha
plata y oro» (Dt 17, 17). Las mujeres aparecen así como una posesión que puede
resultar peligrosa para el hombre.
-
Una
institución que acaba siendo marginal. De todas formas, por lo menos a partir del exilio (desde el siglo V
a.C.), la poligamia se fue reduciendo entre los judíos. Por diversos indicios, podemos
afirmar que ella resultaba poco frecuente en tiempos de Jesús, de manera que la
mayoría de los matrimonios eran monógamos, tanto por cuestiones económicas como
sociales y personales (mayor conciencia de valor de la mujer y de su relación
personal con el marido). Por otra parte, varios textos de la tradición
israelita (desde Gen 2-3) parecían privilegiar la monogamia, tomándola, de un
modo simbólico, como expresión de fidelidad personal entre hombre y mujer. Así
lo suponen algunos textos proféticas (de Oseas y Jeremías, de Ezequiel y de la
tradición de Isaías) que presentan el amor de Dios hacia Israel como unión
personal excluyente, en sentido positivo: un solo Dios, un solo pueblo amado;
fiel es Dios en el amor, fiel ha de ser en su amor el pueblo, unidos ambos por
un vínculo único.
3. EN LOS
LÍMITES DEL MATRIMONIO: EL DIVORCIO.
De un modo normal, el divorcio es derecho y prerrogativa del esposo, que puede
repudiar o abandonar a su mujer (o a una de una de sus mujeres), dándole
documento de repudio (Dt 24, 1-3). Como vengo diciendo, el AT no incluye una
ley estricta de matrimonio, ni tampoco de divorcio, pues tanto el matrimonio
como el divorcio son instituciones anteriores al surgimiento de Israel, y se
regulan por costumbre.
La Biblia no ha inventado el matrimonio, sino que
lo ha “recibido” como una institución ya existente, para modelarlo y adaptarlo a su propia
perspectiva socio-religiosa. En esa línea, el AT no ha desarrollado una
legislación sobre de divorcio, ni la necesita, pues acepta las normas de vida
del entorno social, limitándose a regular su buen funcionamiento (para proteger
en lo posible a la mujer expulsada). Por eso exige que el marido extienda un
libelo (documento) a la mujer al expulsarla, para garantizar que ella es libre,
añadiendo que no puede tomarla de nuevo: Si un hombre toma una mujer y se casa
con ella, y sucede que ella no le agrada porque él ha hallado en ella alguna
cosa vergonzosa, le escribirá una carta de divorcio, la entregará en su mano y
la despedirá de su casa. Salida ella de su casa, podrá ir y casarse con otro
hombre. Si este hombre la llega a aborrecer, le escribe una carta de divorcio,
la entrega en su mano, la despide de su casa; o si muere este hombre que la
tomó por mujer, entonces su primer marido que la despidió no podrá volverla a
tomar para que sea su mujer, después que ella fue mancillada, porque esto sería
una abominación ante Yahvé (Dt 24, 1-4).
Ésta no es una ley de divorcio, sino del “libelo”
o documento que el marido ha de dar a la mujer al divorciarse de ella. Eso significa que el marido tiene poder
sobre la mujer, pero no absoluto: Puede expulsarla, pero no venderla como
esclava, a diferencia del padre que podía hacerlo con sus hijas (Ex 21, 7).
Puede divorciarse de ella (sin obligación de darle explicaciones ni
indemnizaciones), pero no utilizarla como moneda de intercambio, echándola de
casa para casarse con ella de nuevo. Eso significa que un hombre que “expulsa”
a su mujer la mancha o mancilla (cf. huttama’h, Dt 24, 4), de manera que no
puede volver a casarse con ella.
Esta prohibición puede interpretarse como una medida de protección de la mujer, para
que no quede sujeta a la arbitrariedad de su marido y no pueda convertirse en
objeto de posible compra y re-compra, como fácil mercancía entre varones. Según
eso, el divorcio era legal, lo mismo que la poligamia, pero, apelando al
testimonio de Dios y de un modo más concreto a Gen 1, 27 (varón y mujer los
creó…), el conjunto del Antiguo Testamento ha tendido a promover la monogamia y la superación del divorcio, fundándose en
la fidelidad de Dios, que es fuente y modelo de vida de los hombres, pues,
según los profetas (Oseas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, 2º Isaías), él se ha
vinculado con su pueblo para siempre, en una línea monogámica, de manera que tampoco
los maridos (imitando a Dios) pueden (=deben) rechazar (expulsar) a sus mujeres
(cf. tema 5).
Esta “ley de matrimonio” ha evolucionado a lo
largo de la historia de Israel, de tal manera que, tras el exilio, se ha ido
extendiendo de manera normal la monogamia, por motivos económicos (sólo los
ricos pueden mantener varias mujeres) y teológicos (Dios es “monógamo” fiel).
Ciertamente, se ha conservado la pena de
muerte contra el adulterio (cf. Lev 20, 10), pero muchas veces se ha
dulcificado de hecho. En
esa línea, algunas escuelas, como la de Shamai (un poco anterior a Jesús) han
endurecido las condiciones para el divorcio. Además, la Biblia Israelita ha
recibido en su canon un libro (Cantar de
los Cantares) que defiende el amor fuerte y personal de un hombre y una
mujer, en claves que tienden a ser monogámicas, aunque sin apelar expresamente
al matrimonio, que no aparece en sí mismo como expresión de amor, sino como
institución que sanciona el poder (el derecho) del esposo sobre la esposa.
4. ADULTERIO,
ALGUNOS CASOS.
En un sentido extenso, la mujer soltera es
propiedad de su padre que la entrega en matrimonio y, de esa forma, a cambio de una suma de dinero, pasa a
pertenecer a su marido. Por eso, una vez desposada, ella aparece como posesión
del marido, que es su amor, de manera que otros hombres no pueden codiciarla
(ni codiciar la casa o el asno del amo), no por tabú sexual ni por fidelidad
personal, sino por derecho de propiedad
(Ex 20, 17; Dt 5, 21), aunque el mandamiento más “fuerte” de Ex 20, 14; Dt 5,
18 (entendido como norma apodíctica) no distingue ya entre adulterio de hombre
y de mujer, abriendo un camino de igualdad en el matrimonio.
De todas formas, el camino que desemboca la
monogamia (con igualdad de derechos y deberes para hombres y mujeres) será
largo, y en la realidad concreta de cada día, el AT seguirá distinguiendo
obligaciones de unos y otros, marginando a las mujeres. En ese contexto resultaba básica la virginidad
antecedente de la mujer y su fidelidad posterior (prohibición de adulterio), al
servicio de la legitimidad patriarcal de los hijos del esposo. Eso significa
que la mujer no parece valer por sí, es un medio para que los padres puedan
tener hijos legítimos. De modo consecuente, en el caso de que una mujer virgen
(no casada) haya sido seducida o violada, el culpable (varón) debe reparar el
“daño” tomándola como esposa, para garantizar así la legitimidad de su hijo.
“Si un hombre seduce a una virgen, no desposada, y
se acuesta con ella, le pagará la dote, y la tomará por mujer. Y si el padre de
ella no quiere dársela, el seductor pagará el dinero de la dote de las vírgenes
(Ex 22, 16-17). Si un hombre encuentra a una joven virgen no prometida, la
agarra y se acuesta con ella, y son sorprendidos, el hombre que se acostó con
ella dará al padre de la joven cincuenta monedas de plata; ella será su mujer,
porque la ha violado, y no podrá repudiarla en toda su vida” (Dt 22, 22-29).
La mujer aparece de esa forma como “mercancía
preciosa” (y peligrosa) que pasa, a través de una suma de dinero simbólico y/o
real (mohar), de las manos del padre (su dueño anterior) al marido (su nuevo
dueño), pero que puede ser devaluada (en caso de violación o de divorcio), pues
una mujer violada o divorciada vale menos. En este contexto se distingue entre
el adulterio propiamente dicho (con una mujer casada) y un tipo de
semi-adulterio, con una prometida-virgen.
-
En
caso del adulterio pleno la solución es clara: «Si se sorprende a un hombre acostado con una
mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer
misma. Así harás desaparecer de Israel el mal» (Dt 22, 22). En esa
circunstancia no se pregunta si la mujer ha consentido o no; no se distingue
entre una violación o una relación consentida. La mujer aparece como una
“cosa”, propiedad del marido, de manera que para impedir que tenga hijos
“adulterinos” debe morir, por más inocente que sea en sentido moral.
-
Por
el contrario, en el caso de un adulterio sólo incoado, cuando un hombre (casado
o no, ese dato es secundario) se acuesta con una “virgen” prometida a otro la
solución es distinta, y se tiene en cuenta la reacción de la mujer: «Si una joven virgen está prometida a un
hombre, y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, los
sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que
mueran: a la joven por no haber pedido socorro en la ciudad, y al hombre por
haber violado a la mujer de su prójimo. Así harás desaparecer el mal de en
medio de ti. Pero si es en el campo donde el hombre encuentra a la joven
prometida, y la fuerza y se acuesta con ella, sólo morirá el hombre que se
acostó con ella; no harás nada a la joven: no hay en ella pecado que merezca la
muerte» (cf. Dt 22, 23-27).
Si la “virgen” ha gritado es “inocente”, y se le
permite puede vivir, pues no ha consentido, y además se sabe de quién es el
hijo (si es que nace). Si no ha gritado, pudiendo hacerlo, se supone que
consiente y que nunca podrá ser fiel a un marido (asegurando así que los hijos
son del “padre”), por lo que hay que matarla. Esto indica que la sociedad (al
menos el entorno familiar) sabe si la muchacha era virgen y lo puede atestiguar
públicamente.
5. UNA
REALIDAD COMPLEJA: LA HOMOSEXUALIDAD
En principio, ella aparece en la Biblia como un hecho del que no se discute, de
manera que no hay regulación estricta, a favor o en contra. De todas formas, la
Biblia parece rechazar en general el ejercicio de la homosexualidad,
pero no como pecado sexual en el sentido posterior de la palabra, sino por
pensar que va en contra de un orden querido por Dios y expresado en la unión
del hombre y la mujer, unión que se dirige al surgimiento de los hijos, tal
como aparece en Gen 2-3. Ese rechazo se expresa en dos contextos principales y
debe ser interpretado desde el conjunto de la revelación bíblica.
Grandes
relatos simbólicos. Hay
dos que parecen reprobar la homosexualidad en un contexto de polémica.
1. Los hombres de Sodoma quieren violar a los visitantes (=ángeles) de Lot, siendo condenados por
ello (Gen 19, 1-19); pero más que la homosexualidad en sí el texto condena el
intento fallido de violar a unos huéspedes sagrados, una falta grave contra el deber de la hospitalidad.
2. Algo semejante sucede en el «crimen» de los habitantes de Guibea
de Benjamín, que quieren violar al levita que ha pedido hospitalidad, y así
humillarlo y que, al no conseguirlo, violan a la mujer-concubina que el mismo
levita les entrega (Jc 19-21). Tampoco este texto condena la homosexualidad en
sí, sino un tipo de violencia
(violación) sexual que se expresa simbólicamente en el deseo de violar
(=humillar) al levita. Estos pasajes no dicen nada sobre la homosexualidad
consentida entre varones; tampoco sobre un tipo de homosexualidad femenina
normal (lesbianismo) de la que la Biblia no se ocupa en modo alguno.
3. Las leyes contra la homosexualidad están contenidas en el Código de la
Santidad (Lev 18, 22; 20, 13), y son normas sacrales, que han de ser entendidas
en un contexto sacerdotal marcado por los tabúes de la distinción, por la
defensa de las funciones propias del hombre y la mujer y por las impurezas
rituales vinculadas al mundo de lo sexual. Por otra parte, lo que esas leyes
condenan básicamente es un tipo de homosexualidad sacral, vinculada de
un modo más concreto a los santuarios paganos, y entendida como signo religioso
de vinculación con lo divino. Tampoco dicen nada sobre una posible
homosexualidad “profana”, entendida en el contexto de las relaciones afectivas
libres entre personas del mismo sexo, una realidad que estaría en contra de la
ley, sino fuera de ella.
Ciertamente, la homosexualidad queda fuera del
“espacio mental” del relato normativo de la Biblia, que concibe el mundo y la vida como un orden
regulado por “especies” animales bien distintas y por usos humanos en los que
se respetan igualmente las diferencias entre hombres y animales, entre sexos y
personas. La Biblia vive inmersa en un mundo de distinciones claras y
oposiciones nítidas, de tipo biológico (formal), de manera que no encuentra un
espacio donde pudiera situarse la unión de realidades (personas) que parecen
semejantes (del mismo sexo). Ella no ha descubierto ni explorado plenamente
todavía las distinciones personales como principio de toda diferencia y amor, y
por eso apenas puede entender la existencia de amores “homosexuales”.
De todas formas, al margen de lo que pueden ser
las “divisiones más normales” de la realidad, la homosexualidad existe y la
Biblia así lo constata. Más que una conducta condenada expresamente por la ley,
el homo-erotismo aparece como una conducta que está al margen de la ley, a no ser en el caso de la prostitución
sagrada entre varones, algo que parece expresamente condenado. En los demás
casos, en general, y especialmente en relación con las mujeres, el Antiguo
Testamento se limita a pasar de largo, en silencio respetuoso, ante el tema.
En esa línea, debemos añadir que ni los relatos
simbólicos (ángeles homosexuales de Lot, intento de los violadores homosexuales
de Guibea) ni las normas sobre la homosexualidad del Lev 18, 22; 20,13 pueden
entenderse hoy de un modo literal; quien quisiera hacerlo, aplicándolas literalmente, sin tener en cuenta su
trasfondo antropológico y religioso, debería asumir y aplicar también todas las
leyes del Levítico, tanto en lo referente a los sacrificios de animales como en
los tabúes de sangre, en la distinción de animales puros e impuros y en las
diversas enfermedades y manchas, que suelen interpretarse como lepra. Nadie que
yo sepa aboga por una interpretación literal de ese tipo, a no ser en algunos
círculos «religiosos» del judaísmo.
En el Antiguo Testamento, el tema de la
homosexualidad entra en la franja difusa de las distinciones menos claras entre
hombres y mujeres, que la Biblia no sabe interpretar, porque no ha penetrado en
la rica complejidad de la vida. Lógicamente, desde nuestro tiempo, el tema puede y debe plantearse desde
perspectivas antropológicas y teológicas distintas, destacando sobre todo, el
despliegue personal del amor. Así, en conjunto, podemos afirmar que la
Biblia no condena la homosexualidad como experiencia antropológica, o
como vinculación privada entre personas del mismo sexo, sino que deja en ese
campo un ancho margen de libertad (de vacío legal), que deberá entenderse desde
la dinámica de la revelación bíblica. Pues bien, en esa línea deberían
aplicarse a la relación homosexual los principios de la alianza, que expresan
la novedad bíblica, no sólo en el campo del matrimonio, sino en otros espacios
de relación interhumana, pero insistiendo siempre en el hecho de que un tipo de
vinculación (amor personal) ha de hallarse abierto al despliegue de la vida,
entendida no sólo de un modo biológico, sino personal, como seguiremos viendo.
6.
PROSTITUCIÓN.
Una importancia singular recibe, sobre todo en un
contexto femenino, la prostitución, que aparece desde tiempo antiguo tanto en
Israel (Gen 28, 15), como en los países del entorno (Jc 16, 1; Prov 2, 16; 29,
3). La Biblia acepta su existencia como un hecho, y no siente la necesidad
de regularla de un modo jurídico, aunque la mira como algo que resulta menos
adecuado, porque no está al
servicio de la generación (es decir, de la extensión de la vida) y la
condena especialmente en cuatro casos o contextos:
1. Un sacerdote, y especialmente el Sumo
Sacerdote, no puede
casarse con una prostituta, pues ello implicaría un riesgo para su santidad y,
sobre todo, para la limpieza genealógica de sus hijos (cf. Lev 21, 7.14). Eso
significa que la prostitución se considera de algún modo como impura, porque no
garantiza el orden ideal de la descendencia (el hecho de que el padre conozca a
su hijo, y el hijo a su padre).
2. Un padre no puede prostituir a su hija para lograr así ganancias económicas (cf.
Lev 19, 29). Ese dato nos sitúa ante el hecho de que la prostitución se tomaba
ya como una posible fuente de ingresos para las mismas prostitutas o para
aquellos que actuaban como sus dueños. La Biblia considera que ese tipo de
ganancia de prostitución no es legítimo.
3. La Biblia condena de un modo especial la
“prostitución sagrada” de mujeres, pero también de hombres (“perros”), que se practicaba en templos y santuarios,
como signo de vinculación especial con el Dios de la vida (como hemos visto en
el caso del Baal de Peor, tema 3, y como seguiremos viendo). Éste es quizá el
rasgo más saliente de la visión bíblica del tema, el rechazo de una
sacralización impersonal el sexo.
4. Los profetas interpretan la prostitución
como pecado “religioso”,
relacionado con la infidelidad de los israelitas, que buscan otros dioses,
dejando a Yahvé; como veremos en el capítulo siguiente, ellos suponen que hay
un amor monogámico de fidelidad, contrario a la prostitución. En ese contexto
aparece especialmente su peligro o, mejor dicho, su falta de sentido, pues no
implica fidelidad personal al servicio de la vida.
En principio, la prostitución se entiende en su
sentido literal, como imposición sexual, al servicio de algunos (especialmente
de los varones) y de la necesidad de otros (especialmente de las mujeres); se
trata de un “pecado” que no es
sexual (en el sentido moderno del término), sino económico y social, pues establece una relación humana intensa sin
fidelidad o afecto. Desde ese fondo, en la tradición profética, ella ha tomado
un carácter simbólico, de tipo casi siempre religioso y negativo.
Por otra parte, por contaminación patriarcalista,
la Biblia presenta como prostitutas a mujeres que, estrictamente hablando, no
lo son, sino que poseen y
ejercen una independencia sexual y/o familiar que las hace autónomas ante la
sociedad o ante un tipo de familia patriarcal. Los casos más famosos son los de
Rajab, «hospedera» de Jericó, que recibe a los espías de Israel (Jos 2, 1-3; 6,
17-25; cf. tema 3), y la «concubina» de Jc 19, 1-3. Más que prostitutas en
sentido normal, ellas son mujeres que asumen y despliegan una libertad
distinta, de tipo social y matrimonial. De las simples prostitutas, la Biblia
habla menos, como si no se atreviera a legislar sobre ellas, situándolas en una
especie de vacío legal. En ese contexto importan, de un modo especial, dos
tipos de prostitución:
-
Prostitutos
sagrados. Han sido
especialmente condenada en Israel la prostitución sagrada de varones y mujeres
(llamados «santos» y «santas»: de la raíz qds), vinculados al culto de algunos
templos de Israel o de otras tierras/ciudades del entorno (cf. Num 25, 1-5,
tema ya tratado en el capítulo anterior). En ese contexto se sitúa la famosa
ley del Deuteronomio: «No traerás la paga de una prostituta ni el precio de un
perro [=prostituto sagrado] a la casa de Yahvé tu Dios por ningún voto; porque
abominación es para Yahvé tu Dios tanto una cosa como la otra» (Dt 23, 18). El Dios
de Israel no puede ser experimentado en esa línea.
-
Idolatría
como prostitución. Ella
se relaciona con el culto a los ídolos que, al menos desde Oseas, aparecen como
amantes falsos del pueblo (vinculados a veces con prácticas sexuales que la
religión de Yahvé condena como inmorales). Entendida así la prostitución viene
a entenderse como el mayor pecado de Israel (cf. Os 2, 1; Is 1, 21; Jer 13 27),
como muestra especialmente el largo capítulo de Ez 16, dedicado a las
“doncellas” de Israel y Judá, que son dos formas que toma el único
pueblo/esposa de Dios a quien no se puede alcanzar a través de ningún tipo de
prostitución o pago que acaba esclavizando a los hombres
Las leyes del Decálogo, que rechazan el adulterio
en el Decálogo (cf. Ex 20, 14; Dt 5, 18), no condenan la prostitución normal,
quizá porque la consideran como un hecho “menor” que se entiende dentro de la
misma dinámica social. De todas forma, la Biblia en su conjunto la rechaza; en
esa línea, tanto el libro de los Proverbios como el Eclesiástico y, sobre todo
los apócrifos (cf. Testamento de los XII patriarcas), han condenado con dureza
la prostitución de las mujeres (quizá sin destacar la “culpa” de los hombres).
Jesús de Nazaret planteara con gran fuerza ese tema, abriendo nuevas vías de comprensión.
7. MUJERES
PARA SER RAPTADAS.
Tanto la “ley” del matrimonio (con la poligamia y
el divorcio como derecho del marido) como la prostitución femenina ponen de
relieve la situación de inferioridad de
la mujer, que aparece clara en algunos relatos o circunstancias de
matrimonio por conquista o rapto. En la línea del último mandamiento (no
desearás la mujer o el asno de tu prójimo; cf. Ex 20, 17; Dt 5, 21), que en el
fondo se opone a la ley del adulterio (que iguala a varones y mujeres, cf. Ex
20, 14), la mujer puede aparecer como objeto de conquista o rapto de los
hombres:
-
Esposa,
una ciudad conquistada.
Diversos pasajes la presentan como “botín de guerra”, que el padre o gran jefe
“regala” al guerrero triunfador. El caso más significativo es el de Jc 1,
12-15, donde se dice que Caleb entregó a su hija Aksa como premio para Otniel,
por haber ocupado la ciudad de Qiryat-Séfer (cf. también Jos 14, 13-20). La
mujer aparece así simbólicamente como ciudad que se debe conquistar. No es una
persona libre con quien el hombre dialoga, para mantenerse en comunión con
ella, sino algo que puede/debe tomarse por asalto. De esa manera, al ser objeto
de conquista, ella se vuelve mercancía, aunque pueda realizar y realice una función
activa para su marido.
-
La
bella cautiva elegida como esposa. Uno de los pasajes que mejor ilustran la condición de la mujer en la
Biblia es la ley de la bella cautiva: Si un guerrero quiere casarse con una
mujer bella que él ha tomado como botín de guerra, ha de comenzar por
respetarla, dejando que ella misma se prepare a través de un rito de
purificación (Dt 21, 10-14). En la base de esa ley parece hallarse una norma
general que permitía tomar a saco una ciudad: matar a los varones, violar a las
mujeres, quemar los inmuebles y arrebatar como botín los bienes muebles (entre
ellos las mujeres). Pues bien, sobre esa norma se eleva esta ley que regula el
matrimonio del guerrero y lo compara con la “conquista” de una mujer/ciudad. No
se dice si ella quiere o no, su voluntad no importa. Sólo se indica que el
guerrero debe retrasar su deseo, es decir, esperar y respetarla por un tiempo,
a fin de casarse después con ella. De esa manera, el rapto inmediato (propio de
la guerra) se convierte en posesión duradera, para bien del propio marido, que
tiene que empezar dignificando a su esposa.
-
Fiesta
de rapto de mujeres. El
tema está “legislado” en Jc 21, donde se dice que los guerreros de Benjamín
pueden tomar la ciudad “rebelde” de Jabes Galaad, para matar a sus habitantes
mayores (hombres y mujeres ya casadas), para raptar/tomar a las muchachas
“vírgenes” (ya maduras para la maternidad) que no hayan conocido aún varón (Jc
21, 10.14). Su voluntad no cuenta, ellas son como un “instrumento” para dar
descendencia a los feroces benjaminitas, que han perdido a sus mujeres. En esa
línea se sitúa el texto posterior del rapto en las fiestas de Silo (Jc 21,
15-25). En el fondo del relato hay un tema de folklore, una leyenda de la
fiesta de Yahvé, relacionada a la vendimia y el baile de las viñas en otoño.
Danzan las muchachas no casadas y se esconden en las cepas los guerreros, para
salir de repente y llevar cada uno a la que quiera o pueda conseguir por
fuerza. Este baile de las muchachas ante el santuario viene a presentarse como
tiempo de guerra nupcial, momento del rapto sagrado.
Ciertamente, hay otras normas y caminos, pero éste
aparece también en el Antiguo Testamento: Las mujeres nacen y se educan para ser “robadas”, en una fiesta de
Yahvé. De esa forma bailan a fin de que las vean, y que vengan ellos (los
fieros varones de Benjamín) y las lleven a sus casas con el consentimiento de
padres o hermanos, que aparecen así como responsables y cómplices de esta
guerra/fiesta de Yahvé, dirigida “contra” unas muchachas a quienes se dirá que
es un honor y gloria ser raptadas, para que perdure la memoria de los varones
guerreros (violadores)
http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2014/10/06/p358527#more358527
Amerindia,
06.10.14.
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