domingo, 15 de febrero de 2015

Unos 5 temas llamativos sobre la familia



NUEVAS  CONCEPCIONES  SOBRE  LA  FAMILIA
Con  miras  al  Sínodo  de  octubre  de  2015

Guayaquil, febrero de 2015. PR.

            Podemos decir que la crisis de la familia proviene tanto de la evolución social como de la visión muy cerrada de la Iglesia católica. Al convocar una larga reflexión sobre la familia, el papa Francisco ha logrado que se hablara de ella con mucha libertad, tolerancia y apertura. El Concilio Vaticano 2° había comenzado a abrir puertas… que se las cerraron poco después.


            Muchos y buenos comentarios van surgiendo de distintas partes para ayudar a una mejor comprensión de las realidades actuales de la familia, de los cambios que se están produciendo y las nuevas actitudes que se exige a la misma Iglesia católica.


He aquí unos textos que tratan en profundidad los siguientes temas:
1.     La familia cristiana hoy, de Benjamín Forcano.                                             Pág.   2
2.     La familia y la Biblia, de Xavier Pikaza.                                                         Pág.   4
3.     Divorciados y vueltos a casar, de N. Scholl y H. Häring.                               Pág. 10
4.     Matrimonios homosexuales, de Benjamín Forcano.                                       Pág. 16
5.     Las expectativas frente al Sínodo de octubre de 2015, monseñor J. Bonny. Pág. 22

Breve presentación de una docenas de cambios en la familia



1.  LA  FAMILIA  CRISTIANA  HOY – Benjamín  Forcano
Pensamiento moderno y conciliar sobre la familia cristiana


-        Basado en el matrimonio, el modelo de familia según el Concilio no tiene como finalidad primaria la procreación, sino que es “una comunidad íntima de vida y amor”, con plena razón de ser aun cuando falte la descendencia. La paternidad responsable hace que los esposos puedan elegir medios contraceptivos (no abortivos) que les permitan asegurar su amor cuando éste es el valor mayor y entra en conflicto con otros valores.

-        La indisolubilidad no aparece en el Nuevo Testamento como un valor absoluto inderogable en toda pareja, sino como un ideal al que hay que tender. La economía salvadora de Dios sabe compaginar la misericordia con la fragilidad y limitación humanas, entendiendo que el ideal es muchas veces enemigo de lo mejor. El matrimonio civil es el único que estuvo vigente en la Iglesia durante siglos. La apropiación que de él ha hecho la Iglesia para administrarlo entre católicos, no niega el matrimonio como realidad natural, creada por Dios, del que derivan propiedades que no desaparecen en el matrimonio cristiano. El amor, inspiración fundamental, es la misma en ambos y autoriza a mantenerlo como cristiano cuando surgen fallos irrecuperables y puede tener, entre contrayentes cristianos, significado cristiano aun cuando la ley lo relegue a matrimonio civil.

-        La cuestión del aborto, con determinación del momento en que hay vida en el proceso de la concepción, no pertenece al dogma ni a la fe; es una cuestión humana que hay que dirimir con la ayuda de las ciencias. Todos estamos a favor de la vida, pero observando los pasos necesarios antes de concluir cuándo se da esa vida. Una hipótesis científica, hoy bastante generalizada, afirma que el embrión no es individuo humano sustantivizado hasta las ocho semanas.

-        La homosexualidad es también un problema humano, sobre el que no hay normas cristianas específicas. Es, en todo caso, un hecho existente en todos los pueblos y culturas y, en la actualidad, ya no se la puede calificar de enfermedad, anomalía o perversión, sino que puede ser considerada una variante legítima, aunque minoritaria, de la sexualidad humana.

-        Una sociedad democrática, con gobierno democrático, tiene poder moral para debatir estos temas y darles democráticamente un estatuto jurídico con leyes oportunas. El matrimonio entre homosexuales no es equiparable ciertamente -por su imposibilidad de tener hijos biológicos- al matrimonio tradicional, entendido éste como matrimonio entre un hombre y una mujer, pero sí es un proyecto de vida entre dos personas, que pueden ejercer una paternidad-maternidad fecundas en otros aspectos.

-        La condena de la masturbación se ha basado en el supuesto pre-científico de creer que el varón con el gameto masculino era la causa total de la vida, y frustrarlo equivalía a frustrar una nueva vida. La valoración de la masturbación parte hoy de otros planteamientos.

-        Es una abstracción partir de que, en la educación de los hijos, el derecho pertenece en exclusiva a los padres. El derecho a ser educado es de los hijos y, en una Escuela, Sociedad y Estado democráticos, ese derecho es compartido de diversa manera por unos y por otros. Tan es así que no son pocos los casos en que, ante el abuso o irresponsabilidad de los padres, intervienen instituciones sociales o el mismo Estado para asegurar la salvaguarda de ese derecho.

-        En una sociedad democrática, plural, el contenido educativo se extrae básicamente de la naturaleza de la persona, que incluye propiedades, objetivos y consecuencias que atañen a todos, independientemente de la religión que se profese o de que no se profese ninguna. Las exigencias morales de una u otra religión no son materia para proponer a todos mediante leyes vinculantes.

-        Un Estado democrático no podrá negar nunca el derecho a la libertad religiosa: ser creyente, serlo de una u otra religión, no serlo de ninguna. Pero ningún creyente o ateo podrán exigir que su fe sea impuesta a los demás por el Estado mediante legislación concreta.

-        Las leyes en una sociedad democrática se debaten, se aprueban en el Parlamento y se promulgan por el Gobierno. Atendiendo a la racionalidad y ética humanas civiles, esa sociedad democrática puede legislar las leyes que considere más justas y oportunas sobre temas humanos, incluidos los del aborto, divorcio, etc. En la preparación de esas leyes, los católicos tienen todo el derecho del mundo a intervenir con cuantos argumentos crean conveniente.

La Biblia nos reserva varias sorpresas sobre la familia



2.  B I B L I A   Y   F A M I L I A,  Xabier  Pikaza  I.
Para  conocer  (y  superar)  unas  leyes  patriarcales


CONENIDO
Introducción
1.      En el principio era el patriarcado
2.      Monogamia y poligamia
3.      En los límites del matrimonio: el divorcio
4.      Adulterio, algunos casos
5.      Una realidad compleja: la homosexualidad
6.      Prostitución
7.      Mujeres para ser raptadas.


Presenté ayer una postal sobre la Familia en la Biblia, situándome al comienzo del Sínodo que el Papa Francisco está queriendo encauzar con valentía.
Muchos problemas que plantea el Sínodo son nuevos (eucaristía para divorciados, la indisolubilidad personal, parejas de hecho, matrimonios homosexuales, niños monoparentales...), pero el trasfondo de esos y otros temas es antiguo, como lo muestra el estudio concreto de la Biblia.
Así lo ha querido indicar la portada del libro, escogida en parte por lectores del blog y de mi facebook. No eligieron un feliz idilio de pareja (con Sara y Tobías radiantes ante el ángel), sino un patriarca-con varias mujeres, con niños, camellos y criados, caminando hacia un futuro de fe.
Esa es una imagen "tradicional" de Abrahán, punto de referencia de las familias de la tradición monoteísta, indicando que al principio de la historia bíblica (dejemos a un lado otras historias posibles) no hubo matrimonio en el sentido moderno (un hombre, una mujer en situación de igualdad), sino un fuerte patriarcado: Un hombre con varias mujeres y niños (criados, criadas, animales).
De esa "fuente" venimos según la historia de la Biblia (a pesar del hermoso arreglo de Gen 2, con Adán y Eva, desnudos y cantando de amor uno ante el otro)... Venimos, según la Biblia, de unos hombres que han vivido dominando y "protegiendo" (?) a sus mujeres e hijos. Así debemos saberlo, para retomar bien el rumbo del camino, superando un tipo de matrimonio patriarcal y el mismo patriarcado, como seguiré mostrando en los próximos días.
Rehago, pues, el camino de la Biblia (que empieza en Abrahán, pero culmina en las bodas del Cordero), y pienso hacerlo en la línea que está impulsando el Papa Francisco, a quien deseo mucha luz y mucho ánimo para estos del Sínodo, pues tiene "enemigos" fuertes empezando por algunos grandes "Padres Cardenales" (que siguen añorando un patriarcado de Ley). Las reflexiones que siguen están condensadas del cap. 4 del libro. Con un saludo a todos.

1. EN EL PRINCIPIO ERA EL PATRIARCADO
Conforme a la visión de Gen 1-2 (cf. cap. 1), en el principio estuvo el matrimonio de un hombre y una mujer, que forman pareja (una carne) porque se atraen y se comunican uno al otro (cf. Gen 2, 23), transmitiendo así la vida. Pero en la historia concreta de Israel, esa unión se inscribe normalmente en el contexto de una familia (o casa) más extensa, que va unida con otras familias, formando así los clanes y tribus. En ese contexto, la pequeña familia unicelular de unos padres con unos pocos hijos aparece como una institución derivada. Para ser viable como unidad de trabajo y pervivencia la familia se entiende como una realidad más extensa.
El matrimonio forma parte por un grupo mayor de intereses sociales y de parientes concretos, con clanes y grupos (en los que se incluyen los criados), que se establecen en una tierra de labranza y/o pastoreo, formando una casa o familia que tiende a ser autosuficiente, como unidad de posesión y trabajo, de generación y subsistencia, presidida por un padre de familia, que mantiene la autoridad básica sobre todos. Los individuos pasan, la casa permanece. Normalmente, cada familia o casa paterna (bayith, bet’ab) viene a integrarse con otras familias, formando un clan (mishpaha), que se une a otros clanes formando una tribu (shebet, matteh), que a su vez se vincula con otras, constituyendo el pueblo de Israel, que se transmite por generación, de padres a hijos. Lógicamente, más que el matrimonio en sí (relación horizontal varón-mujer) importa la unidad de descendencia, formada por casas paternas (de forma que el nombre y la vida pasa de padres a hijos).
El matrimonio puede acabar siendo, según eso, un organismo derivado, al servicio de la familia más extensa, dentro del conjunto de los clanes, en línea de generación. De un modo normal, los padres de familia (y los jefes de clanes más extensos) serán por tanto la primera autoridad, representantes del Padre-Dios celeste, de manera que sus mujeres (una o varias) están subordinadas. En sentido estricto, la mujer o mujeres, una o varias (con siervos y bueyes), son propiedad del padre de familia, como marca la ley más solemne del Decálogo (cf. Ex 20, 17; Dt 5, 21). El patriarcado domina así sobre el matrimonio. En ese plano, la mujer es “derivada”, y sólo se vuelve importante como madre.

2. MONOGAMIA Y POLIGAMIA.
Ciertamente, la Biblia mantiene siempre el ideal del monogámico (¡un hombre, una mujer!), pero no hay ninguna ley que lo exija y que defina de modo tajante el matrimonio como unión definitiva (exclusiva) de un hombre con una mujer… De un modo consecuente, ella tampoco contiene ninguna ley específica sobre la poligamia, sino que la toma de hecho como un estado posible (e incluso) normal para varones ricos, que pueden mantener y defender a varias mujeres, obteniendo de esa forma un prestigio que con una sola no tendrían.
El matrimonio bíblico fue básicamente monogámico, pero estaba al servicio de una realidad más extensa (casa-familia, economía rural) y de unos hijos, de manera que el marido y la mujer no se tomaban como iguales, en relación recíproca de fidelidad exclusiva, sino que el marido aparecía como “señor y protector” de su mujer (o de sus mujeres). Por eso, el Antiguo Testamento aceptó la poligamia, considerándola como un estado de vida normal, dentro de unas determinadas circunstancias económicas y sociales. De esa manera, los judíos han presentado como polígamos a muchos de sus patriarcas y fundadores (Abrahán, Jacob, Elcana, David, Salomón…).

-        Un supuesto, no una ley. El Pentateuco no ofrece una legislación directa sobre la poligamia, sino sólo indicaciones marginales, que regulan su uso (que se da como supuesto), para favorecer a la parte más débil o amenazada. Así se dice: «Si un hombre toma para sí otra mujer, a la primera no le disminuirá su alimento, ni su vestido, ni su derecho conyugal» (Ex 21, 19). Por eso, «si un hombre tiene dos mujeres (la una amada y la otra aborrecida)… y si el hijo primogénito es de la mujer aborrecida… no podrá tratar como a primogénito al hijo de la mujer amada… Reconocerá al hijo de la mujer aborrecida como primogénito para darle una doble porción de todo lo que tiene» (Dt 21, 15-17). La misma norma del Deuteronomio añade «que el rey no tendrá muchas mujeres... Tampoco acumulará para sí mucha plata y oro» (Dt 17, 17). Las mujeres aparecen así como una posesión que puede resultar peligrosa para el hombre.

-        Una institución que acaba siendo marginal. De todas formas, por lo menos a partir del exilio (desde el siglo V a.C.), la poligamia se fue reduciendo entre los judíos. Por diversos indicios, podemos afirmar que ella resultaba poco frecuente en tiempos de Jesús, de manera que la mayoría de los matrimonios eran monógamos, tanto por cuestiones económicas como sociales y personales (mayor conciencia de valor de la mujer y de su relación personal con el marido). Por otra parte, varios textos de la tradición israelita (desde Gen 2-3) parecían privilegiar la monogamia, tomándola, de un modo simbólico, como expresión de fidelidad personal entre hombre y mujer. Así lo suponen algunos textos proféticas (de Oseas y Jeremías, de Ezequiel y de la tradición de Isaías) que presentan el amor de Dios hacia Israel como unión personal excluyente, en sentido positivo: un solo Dios, un solo pueblo amado; fiel es Dios en el amor, fiel ha de ser en su amor el pueblo, unidos ambos por un vínculo único.

3. EN LOS LÍMITES DEL MATRIMONIO: EL DIVORCIO.
De un modo normal, el divorcio es derecho y prerrogativa del esposo, que puede repudiar o abandonar a su mujer (o a una de una de sus mujeres), dándole documento de repudio (Dt 24, 1-3). Como vengo diciendo, el AT no incluye una ley estricta de matrimonio, ni tampoco de divorcio, pues tanto el matrimonio como el divorcio son instituciones anteriores al surgimiento de Israel, y se regulan por costumbre.
La Biblia no ha inventado el matrimonio, sino que lo ha “recibido” como una institución ya existente, para modelarlo y adaptarlo a su propia perspectiva socio-religiosa. En esa línea, el AT no ha desarrollado una legislación sobre de divorcio, ni la necesita, pues acepta las normas de vida del entorno social, limitándose a regular su buen funcionamiento (para proteger en lo posible a la mujer expulsada). Por eso exige que el marido extienda un libelo (documento) a la mujer al expulsarla, para garantizar que ella es libre, añadiendo que no puede tomarla de nuevo: Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y sucede que ella no le agrada porque él ha hallado en ella alguna cosa vergonzosa, le escribirá una carta de divorcio, la entregará en su mano y la despedirá de su casa. Salida ella de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre. Si este hombre la llega a aborrecer, le escribe una carta de divorcio, la entrega en su mano, la despide de su casa; o si muere este hombre que la tomó por mujer, entonces su primer marido que la despidió no podrá volverla a tomar para que sea su mujer, después que ella fue mancillada, porque esto sería una abominación ante Yahvé (Dt 24, 1-4).
Ésta no es una ley de divorcio, sino del “libelo” o documento que el marido ha de dar a la mujer al divorciarse de ella. Eso significa que el marido tiene poder sobre la mujer, pero no absoluto: Puede expulsarla, pero no venderla como esclava, a diferencia del padre que podía hacerlo con sus hijas (Ex 21, 7). Puede divorciarse de ella (sin obligación de darle explicaciones ni indemnizaciones), pero no utilizarla como moneda de intercambio, echándola de casa para casarse con ella de nuevo. Eso significa que un hombre que “expulsa” a su mujer la mancha o mancilla (cf. huttama’h, Dt 24, 4), de manera que no puede volver a casarse con ella.
Esta prohibición puede interpretarse como una medida de protección de la mujer, para que no quede sujeta a la arbitrariedad de su marido y no pueda convertirse en objeto de posible compra y re-compra, como fácil mercancía entre varones. Según eso, el divorcio era legal, lo mismo que la poligamia, pero, apelando al testimonio de Dios y de un modo más concreto a Gen 1, 27 (varón y mujer los creó…), el conjunto del Antiguo Testamento ha tendido a promover la monogamia y la superación del divorcio, fundándose en la fidelidad de Dios, que es fuente y modelo de vida de los hombres, pues, según los profetas (Oseas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, 2º Isaías), él se ha vinculado con su pueblo para siempre, en una línea monogámica, de manera que tampoco los maridos (imitando a Dios) pueden (=deben) rechazar (expulsar) a sus mujeres (cf. tema 5).
Esta “ley de matrimonio” ha evolucionado a lo largo de la historia de Israel, de tal manera que, tras el exilio, se ha ido extendiendo de manera normal la monogamia, por motivos económicos (sólo los ricos pueden mantener varias mujeres) y teológicos (Dios es “monógamo” fiel). Ciertamente, se ha conservado la pena de muerte contra el adulterio (cf. Lev 20, 10), pero muchas veces se ha dulcificado de hecho. En esa línea, algunas escuelas, como la de Shamai (un poco anterior a Jesús) han endurecido las condiciones para el divorcio. Además, la Biblia Israelita ha recibido en su canon un libro (Cantar de los Cantares) que defiende el amor fuerte y personal de un hombre y una mujer, en claves que tienden a ser monogámicas, aunque sin apelar expresamente al matrimonio, que no aparece en sí mismo como expresión de amor, sino como institución que sanciona el poder (el derecho) del esposo sobre la esposa.

4. ADULTERIO, ALGUNOS CASOS.
En un sentido extenso, la mujer soltera es propiedad de su padre que la entrega en matrimonio y, de esa forma, a cambio de una suma de dinero, pasa a pertenecer a su marido. Por eso, una vez desposada, ella aparece como posesión del marido, que es su amor, de manera que otros hombres no pueden codiciarla (ni codiciar la casa o el asno del amo), no por tabú sexual ni por fidelidad personal, sino por derecho de propiedad (Ex 20, 17; Dt 5, 21), aunque el mandamiento más “fuerte” de Ex 20, 14; Dt 5, 18 (entendido como norma apodíctica) no distingue ya entre adulterio de hombre y de mujer, abriendo un camino de igualdad en el matrimonio.
De todas formas, el camino que desemboca la monogamia (con igualdad de derechos y deberes para hombres y mujeres) será largo, y en la realidad concreta de cada día, el AT seguirá distinguiendo obligaciones de unos y otros, marginando a las mujeres. En ese contexto resultaba básica la virginidad antecedente de la mujer y su fidelidad posterior (prohibición de adulterio), al servicio de la legitimidad patriarcal de los hijos del esposo. Eso significa que la mujer no parece valer por sí, es un medio para que los padres puedan tener hijos legítimos. De modo consecuente, en el caso de que una mujer virgen (no casada) haya sido seducida o violada, el culpable (varón) debe reparar el “daño” tomándola como esposa, para garantizar así la legitimidad de su hijo.
“Si un hombre seduce a una virgen, no desposada, y se acuesta con ella, le pagará la dote, y la tomará por mujer. Y si el padre de ella no quiere dársela, el seductor pagará el dinero de la dote de las vírgenes (Ex 22, 16-17). Si un hombre encuentra a una joven virgen no prometida, la agarra y se acuesta con ella, y son sorprendidos, el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta monedas de plata; ella será su mujer, porque la ha violado, y no podrá repudiarla en toda su vida” (Dt 22, 22-29).
La mujer aparece de esa forma como “mercancía preciosa” (y peligrosa) que pasa, a través de una suma de dinero simbólico y/o real (mohar), de las manos del padre (su dueño anterior) al marido (su nuevo dueño), pero que puede ser devaluada (en caso de violación o de divorcio), pues una mujer violada o divorciada vale menos. En este contexto se distingue entre el adulterio propiamente dicho (con una mujer casada) y un tipo de semi-adulterio, con una prometida-virgen.

-        En caso del adulterio pleno la solución es clara: «Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal» (Dt 22, 22). En esa circunstancia no se pregunta si la mujer ha consentido o no; no se distingue entre una violación o una relación consentida. La mujer aparece como una “cosa”, propiedad del marido, de manera que para impedir que tenga hijos “adulterinos” debe morir, por más inocente que sea en sentido moral.

-        Por el contrario, en el caso de un adulterio sólo incoado, cuando un hombre (casado o no, ese dato es secundario) se acuesta con una “virgen” prometida a otro la solución es distinta, y se tiene en cuenta la reacción de la mujer: «Si una joven virgen está prometida a un hombre, y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que mueran: a la joven por no haber pedido socorro en la ciudad, y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti. Pero si es en el campo donde el hombre encuentra a la joven prometida, y la fuerza y se acuesta con ella, sólo morirá el hombre que se acostó con ella; no harás nada a la joven: no hay en ella pecado que merezca la muerte» (cf. Dt 22, 23-27).

Si la “virgen” ha gritado es “inocente”, y se le permite puede vivir, pues no ha consentido, y además se sabe de quién es el hijo (si es que nace). Si no ha gritado, pudiendo hacerlo, se supone que consiente y que nunca podrá ser fiel a un marido (asegurando así que los hijos son del “padre”), por lo que hay que matarla. Esto indica que la sociedad (al menos el entorno familiar) sabe si la muchacha era virgen y lo puede atestiguar públicamente.

5. UNA REALIDAD COMPLEJA: LA HOMOSEXUALIDAD
En principio, ella aparece en la Biblia como un hecho del que no se discute, de manera que no hay regulación estricta, a favor o en contra. De todas formas, la Biblia parece rechazar en general el ejercicio de la homosexualidad, pero no como pecado sexual en el sentido posterior de la palabra, sino por pensar que va en contra de un orden querido por Dios y expresado en la unión del hombre y la mujer, unión que se dirige al surgimiento de los hijos, tal como aparece en Gen 2-3. Ese rechazo se expresa en dos contextos principales y debe ser interpretado desde el conjunto de la revelación bíblica.

Grandes relatos simbólicos. Hay dos que parecen reprobar la homosexualidad en un contexto de polémica.

1.      Los hombres de Sodoma quieren violar a los visitantes (=ángeles) de Lot, siendo condenados por ello (Gen 19, 1-19); pero más que la homosexualidad en sí el texto condena el intento fallido de violar a unos huéspedes sagrados, una falta grave contra el deber de la hospitalidad.

2.      Algo semejante sucede en el «crimen» de los habitantes de Guibea de Benjamín, que quieren violar al levita que ha pedido hospitalidad, y así humillarlo y que, al no conseguirlo, violan a la mujer-concubina que el mismo levita les entrega (Jc 19-21). Tampoco este texto condena la homosexualidad en sí, sino un tipo de violencia (violación) sexual que se expresa simbólicamente en el deseo de violar (=humillar) al levita. Estos pasajes no dicen nada sobre la homosexualidad consentida entre varones; tampoco sobre un tipo de homosexualidad femenina normal (lesbianismo) de la que la Biblia no se ocupa en modo alguno.

3.      Las leyes contra la homosexualidad están contenidas en el Código de la Santidad (Lev 18, 22; 20, 13), y son normas sacrales, que han de ser entendidas en un contexto sacerdotal marcado por los tabúes de la distinción, por la defensa de las funciones propias del hombre y la mujer y por las impurezas rituales vinculadas al mundo de lo sexual. Por otra parte, lo que esas leyes condenan básicamente es un tipo de homosexualidad sacral, vinculada de un modo más concreto a los santuarios paganos, y entendida como signo religioso de vinculación con lo divino. Tampoco dicen nada sobre una posible homosexualidad “profana”, entendida en el contexto de las relaciones afectivas libres entre personas del mismo sexo, una realidad que estaría en contra de la ley, sino fuera de ella.

Ciertamente, la homosexualidad queda fuera del “espacio mental” del relato normativo de la Biblia, que concibe el mundo y la vida como un orden regulado por “especies” animales bien distintas y por usos humanos en los que se respetan igualmente las diferencias entre hombres y animales, entre sexos y personas. La Biblia vive inmersa en un mundo de distinciones claras y oposiciones nítidas, de tipo biológico (formal), de manera que no encuentra un espacio donde pudiera situarse la unión de realidades (personas) que parecen semejantes (del mismo sexo). Ella no ha descubierto ni explorado plenamente todavía las distinciones personales como principio de toda diferencia y amor, y por eso apenas puede entender la existencia de amores “homosexuales”.
De todas formas, al margen de lo que pueden ser las “divisiones más normales” de la realidad, la homosexualidad existe y la Biblia así lo constata. Más que una conducta condenada expresamente por la ley, el homo-erotismo aparece como una conducta que está al margen de la ley, a no ser en el caso de la prostitución sagrada entre varones, algo que parece expresamente condenado. En los demás casos, en general, y especialmente en relación con las mujeres, el Antiguo Testamento se limita a pasar de largo, en silencio respetuoso, ante el tema.
En esa línea, debemos añadir que ni los relatos simbólicos (ángeles homosexuales de Lot, intento de los violadores homosexuales de Guibea) ni las normas sobre la homosexualidad del Lev 18, 22; 20,13 pueden entenderse hoy de un modo literal; quien quisiera hacerlo, aplicándolas literalmente, sin tener en cuenta su trasfondo antropológico y religioso, debería asumir y aplicar también todas las leyes del Levítico, tanto en lo referente a los sacrificios de animales como en los tabúes de sangre, en la distinción de animales puros e impuros y en las diversas enfermedades y manchas, que suelen interpretarse como lepra. Nadie que yo sepa aboga por una interpretación literal de ese tipo, a no ser en algunos círculos «religiosos» del judaísmo.
En el Antiguo Testamento, el tema de la homosexualidad entra en la franja difusa de las distinciones menos claras entre hombres y mujeres, que la Biblia no sabe interpretar, porque no ha penetrado en la rica complejidad de la vida. Lógicamente, desde nuestro tiempo, el tema puede y debe plantearse desde perspectivas antropológicas y teológicas distintas, destacando sobre todo, el despliegue personal del amor. Así, en conjunto, podemos afirmar que la Biblia no condena la homosexualidad como experiencia antropológica, o como vinculación privada entre personas del mismo sexo, sino que deja en ese campo un ancho margen de libertad (de vacío legal), que deberá entenderse desde la dinámica de la revelación bíblica. Pues bien, en esa línea deberían aplicarse a la relación homosexual los principios de la alianza, que expresan la novedad bíblica, no sólo en el campo del matrimonio, sino en otros espacios de relación interhumana, pero insistiendo siempre en el hecho de que un tipo de vinculación (amor personal) ha de hallarse abierto al despliegue de la vida, entendida no sólo de un modo biológico, sino personal, como seguiremos viendo.

6. PROSTITUCIÓN.
Una importancia singular recibe, sobre todo en un contexto femenino, la prostitución, que aparece desde tiempo antiguo tanto en Israel (Gen 28, 15), como en los países del entorno (Jc 16, 1; Prov 2, 16; 29, 3). La Biblia acepta su existencia como un hecho, y no siente la necesidad de regularla de un modo jurídico, aunque la mira como algo que resulta menos adecuado, porque no está al servicio de la generación (es decir, de la extensión de la vida) y la condena especialmente en cuatro casos o contextos:

1.      Un sacerdote, y especialmente el Sumo Sacerdote, no puede casarse con una prostituta, pues ello implicaría un riesgo para su santidad y, sobre todo, para la limpieza genealógica de sus hijos (cf. Lev 21, 7.14). Eso significa que la prostitución se considera de algún modo como impura, porque no garantiza el orden ideal de la descendencia (el hecho de que el padre conozca a su hijo, y el hijo a su padre).

2.      Un padre no puede prostituir a su hija para lograr así ganancias económicas (cf. Lev 19, 29). Ese dato nos sitúa ante el hecho de que la prostitución se tomaba ya como una posible fuente de ingresos para las mismas prostitutas o para aquellos que actuaban como sus dueños. La Biblia considera que ese tipo de ganancia de prostitución no es legítimo.

3.      La Biblia condena de un modo especial la “prostitución sagrada” de mujeres, pero también de hombres (“perros”), que se practicaba en templos y santuarios, como signo de vinculación especial con el Dios de la vida (como hemos visto en el caso del Baal de Peor, tema 3, y como seguiremos viendo). Éste es quizá el rasgo más saliente de la visión bíblica del tema, el rechazo de una sacralización impersonal el sexo.

4.      Los profetas interpretan la prostitución como pecado “religioso”, relacionado con la infidelidad de los israelitas, que buscan otros dioses, dejando a Yahvé; como veremos en el capítulo siguiente, ellos suponen que hay un amor monogámico de fidelidad, contrario a la prostitución. En ese contexto aparece especialmente su peligro o, mejor dicho, su falta de sentido, pues no implica fidelidad personal al servicio de la vida.

En principio, la prostitución se entiende en su sentido literal, como imposición sexual, al servicio de algunos (especialmente de los varones) y de la necesidad de otros (especialmente de las mujeres); se trata de un “pecado” que no es sexual (en el sentido moderno del término), sino económico y social, pues establece una relación humana intensa sin fidelidad o afecto. Desde ese fondo, en la tradición profética, ella ha tomado un carácter simbólico, de tipo casi siempre religioso y negativo.
Por otra parte, por contaminación patriarcalista, la Biblia presenta como prostitutas a mujeres que, estrictamente hablando, no lo son, sino que poseen y ejercen una independencia sexual y/o familiar que las hace autónomas ante la sociedad o ante un tipo de familia patriarcal. Los casos más famosos son los de Rajab, «hospedera» de Jericó, que recibe a los espías de Israel (Jos 2, 1-3; 6, 17-25; cf. tema 3), y la «concubina» de Jc 19, 1-3. Más que prostitutas en sentido normal, ellas son mujeres que asumen y despliegan una libertad distinta, de tipo social y matrimonial. De las simples prostitutas, la Biblia habla menos, como si no se atreviera a legislar sobre ellas, situándolas en una especie de vacío legal. En ese contexto importan, de un modo especial, dos tipos de prostitución:

-        Prostitutos sagrados. Han sido especialmente condenada en Israel la prostitución sagrada de varones y mujeres (llamados «santos» y «santas»: de la raíz qds), vinculados al culto de algunos templos de Israel o de otras tierras/ciudades del entorno (cf. Num 25, 1-5, tema ya tratado en el capítulo anterior). En ese contexto se sitúa la famosa ley del Deuteronomio: «No traerás la paga de una prostituta ni el precio de un perro [=prostituto sagrado] a la casa de Yahvé tu Dios por ningún voto; porque abominación es para Yahvé tu Dios tanto una cosa como la otra» (Dt 23, 18). El Dios de Israel no puede ser experimentado en esa línea.

-        Idolatría como prostitución. Ella se relaciona con el culto a los ídolos que, al menos desde Oseas, aparecen como amantes falsos del pueblo (vinculados a veces con prácticas sexuales que la religión de Yahvé condena como inmorales). Entendida así la prostitución viene a entenderse como el mayor pecado de Israel (cf. Os 2, 1; Is 1, 21; Jer 13 27), como muestra especialmente el largo capítulo de Ez 16, dedicado a las “doncellas” de Israel y Judá, que son dos formas que toma el único pueblo/esposa de Dios a quien no se puede alcanzar a través de ningún tipo de prostitución o pago que acaba esclavizando a los hombres

Las leyes del Decálogo, que rechazan el adulterio en el Decálogo (cf. Ex 20, 14; Dt 5, 18), no condenan la prostitución normal, quizá porque la consideran como un hecho “menor” que se entiende dentro de la misma dinámica social. De todas forma, la Biblia en su conjunto la rechaza; en esa línea, tanto el libro de los Proverbios como el Eclesiástico y, sobre todo los apócrifos (cf. Testamento de los XII patriarcas), han condenado con dureza la prostitución de las mujeres (quizá sin destacar la “culpa” de los hombres). Jesús de Nazaret planteara con gran fuerza ese tema, abriendo nuevas vías de comprensión.

7. MUJERES PARA SER RAPTADAS.
Tanto la “ley” del matrimonio (con la poligamia y el divorcio como derecho del marido) como la prostitución femenina ponen de relieve la situación de inferioridad de la mujer, que aparece clara en algunos relatos o circunstancias de matrimonio por conquista o rapto. En la línea del último mandamiento (no desearás la mujer o el asno de tu prójimo; cf. Ex 20, 17; Dt 5, 21), que en el fondo se opone a la ley del adulterio (que iguala a varones y mujeres, cf. Ex 20, 14), la mujer puede aparecer como objeto de conquista o rapto de los hombres:

-        Esposa, una ciudad conquistada. Diversos pasajes la presentan como “botín de guerra”, que el padre o gran jefe “regala” al guerrero triunfador. El caso más significativo es el de Jc 1, 12-15, donde se dice que Caleb entregó a su hija Aksa como premio para Otniel, por haber ocupado la ciudad de Qiryat-Séfer (cf. también Jos 14, 13-20). La mujer aparece así simbólicamente como ciudad que se debe conquistar. No es una persona libre con quien el hombre dialoga, para mantenerse en comunión con ella, sino algo que puede/debe tomarse por asalto. De esa manera, al ser objeto de conquista, ella se vuelve mercancía, aunque pueda realizar y realice una función activa para su marido.

-        La bella cautiva elegida como esposa. Uno de los pasajes que mejor ilustran la condición de la mujer en la Biblia es la ley de la bella cautiva: Si un guerrero quiere casarse con una mujer bella que él ha tomado como botín de guerra, ha de comenzar por respetarla, dejando que ella misma se prepare a través de un rito de purificación (Dt 21, 10-14). En la base de esa ley parece hallarse una norma general que permitía tomar a saco una ciudad: matar a los varones, violar a las mujeres, quemar los inmuebles y arrebatar como botín los bienes muebles (entre ellos las mujeres). Pues bien, sobre esa norma se eleva esta ley que regula el matrimonio del guerrero y lo compara con la “conquista” de una mujer/ciudad. No se dice si ella quiere o no, su voluntad no importa. Sólo se indica que el guerrero debe retrasar su deseo, es decir, esperar y respetarla por un tiempo, a fin de casarse después con ella. De esa manera, el rapto inmediato (propio de la guerra) se convierte en posesión duradera, para bien del propio marido, que tiene que empezar dignificando a su esposa.

-        Fiesta de rapto de mujeres. El tema está “legislado” en Jc 21, donde se dice que los guerreros de Benjamín pueden tomar la ciudad “rebelde” de Jabes Galaad, para matar a sus habitantes mayores (hombres y mujeres ya casadas), para raptar/tomar a las muchachas “vírgenes” (ya maduras para la maternidad) que no hayan conocido aún varón (Jc 21, 10.14). Su voluntad no cuenta, ellas son como un “instrumento” para dar descendencia a los feroces benjaminitas, que han perdido a sus mujeres. En esa línea se sitúa el texto posterior del rapto en las fiestas de Silo (Jc 21, 15-25). En el fondo del relato hay un tema de folklore, una leyenda de la fiesta de Yahvé, relacionada a la vendimia y el baile de las viñas en otoño. Danzan las muchachas no casadas y se esconden en las cepas los guerreros, para salir de repente y llevar cada uno a la que quiera o pueda conseguir por fuerza. Este baile de las muchachas ante el santuario viene a presentarse como tiempo de guerra nupcial, momento del rapto sagrado.

Ciertamente, hay otras normas y caminos, pero éste aparece también en el Antiguo Testamento: Las mujeres nacen y se educan para ser “robadas”, en una fiesta de Yahvé. De esa forma bailan a fin de que las vean, y que vengan ellos (los fieros varones de Benjamín) y las lleven a sus casas con el consentimiento de padres o hermanos, que aparecen así como responsables y cómplices de esta guerra/fiesta de Yahvé, dirigida “contra” unas muchachas a quienes se dirá que es un honor y gloria ser raptadas, para que perdure la memoria de los varones guerreros (violadores)

http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2014/10/06/p358527#more358527
Amerindia, 06.10.14.